El pro fundamental y la ventaja básica que este modelo deriva va implícito en el propio concepto de MOOC. Un contenido de excelencia académica pero de acceso cerrado, elitista e impartido en los límites territoriales de la correspondiente universidad, llámese Standford, Berkely, Princeton, etc, sale de esa concha de exclusividad y se pone a disposición de todo el mundo que posea una conexión a Internet y un ordenador. A veces, ni siquiera esto íºltimo, ya que por ejemplo Coursera y Canvas han adaptado sus plataformas para que sean plenamente compatibles con el ipad, con otras tabletas y dispositivos móviles. De esta forma, es indiscutible, que un alumno de Bangladesh, El Cairo o Brasilia puede acceder a contenidos fantásticos del MIT o de Harvard sin salir de su entorno ni invertir fuertes cantidades de dinero ahorrado durante aí±os de trabajos extra por el propio estudiante o por sus padres. Son precisamente los países emergentes los que registran una mayor “voracidad” de sus habitantes por acceder a la educación de calidad y la mejor formación posible.
Pero ¿qué hay detrás de esta filantropía? ¿Es oro todo lo que reluce en esta “democratización” de la enseí±anza de alta calidad?
Algunos comentan que la crisis de la educación clásica está empujando a todas estas instituciones universitarias a captar alumnado, de forma que los MOOC’s serían como reclamos publicitarios de las propias universidades. Un curso del profesor Andrew NG de la Universidad de Stanford, sobre Inteligencia Artifical ha sido seguido por más de 160.000 estudiantes de 190 países, a lo largo de 6 semanas, durante 10 horas diarias. ¿Hay publicitario más permanente que el que imprime la educación? Por otra parte esta “masiva” afluencia de estudiantes parece haberse convertido en uno de los talones de Aquiles de los cursos online, ya que tal cantidad de “alumnos” hace imposible un seguimiento individualizable del profesor, restando calidad al propio certificado del curso.
En este escenario es donde crecen las consideraciones detractoras de las plataformas de cursos por Internet. Numerosos especialistas argumentan que el aprendizaje no sólo consiste en contenidos puros y duros descargables o visualizables en una pantalla de ordenador, sino que combina elementos sociales y procesos emocionales que son muy difíciles de replicar en un ambiente puramente virtual. Otros mitigan este entusiasmo salvaje por los MOOCs advirtiendo que estas plataformas en un futuro, ante una posible falta del retorno de la inversión (instrumentar cada curso en una plataforma como Coursera o Edx cuesta a las universidades o la plataforma miles de dólares, sin contar el trabajo “humano” del profesor correspondiente), caigan en la tentación de vender los datos personales de esos millones de estudiantes a compaí±ías que hacen marketing con esa información personal o a empresas que realizan minería de datos (o lo que se ha dado en llamar íºltimamente Big Data).
En fin. ¿Tíº cómo lo ves? ¿Compensa este contenido de calidad y sin coste monetario, un diploma sin validez oficial pero que firma Stanford o Harvard y brillaría en tu curriculum, la posibilidad futura (y para nada probada) de que comercien con tus datos personales?
Parece que solo el tiempo nos dirá si los MOOCs son una revolución real en ciernes de la Enseí±anza aprovechando las tecnologías de comunicación actuales y futuras, o bien una estrategia de las universidades en busca de un nicho donde sobrevivir a la crisis de la educación tradicional.