Los humanos somos capaces de crear una imagen de los demás en fracciones de segundo, aunque esta no llega a ser tan diferente que la que hacemos cuando nos tomamos un mayor tiempo. Un estudio realizado en la Universidad de Princeton, Nueva Jersey, compartió que, a partir de la primera impresión, juzgamos la agresividad, la eficacia o el grado de confianza que nos da una persona. Para ello nos basamos en sus rasgos físicos y su comunicación no verbal, como gestos o forma de mirar.
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De hecho, esta imagen inicial es tan potente que los hechos raramente la cambian. Una investigación dirigida por el psicólogo Jeremy Biesanz, de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, muestra que una vez que hemos calificado a una persona, es difícil que cambiemos de opinión, sin importar lo que haga. Por ejemplo, si decidimos que alguien es inofensivo y buena persona, probablemente seguiremos pensando lo mismo en el fondo, incluso aunque nos haya agredido.
Esto se da por una adaptación evolutiva: cuando nuestros ancestros se encontraban entre ellos, debían decidir rápidamente si el otro sujeto era de fiar. Es por eso que tenemos esta como una de las características principales al primer vistazo: la confianza que la otra persona nos genera.
En el pasado, esa decisión podía marcar la supervivencia del individuo. Aunque en la actualidad esa especie de juicio rápido acerca de otra persona ya no parece tan necesaria, la fuerza de la primera impresión sigue grabada en nuestra genética.
Si bien juzgar a los demás puede parecer bastante inocuo, está lejos de ser inofensivo para nosotros y para los demás, en general. Además, habrá que recordar que, ser críticos, nos impide ejercitar nuestra empatía.
¿Por qué lo hacemos?
Nuestro cerebro intenta entender por qué las personas hacen las cosas que hacen. Hacemos juicios rápidos sobre las personas porque nos lleva a lo siguiente que nuestro cerebro necesita para trabajar. En otras palabras, es la forma más rápida de responder a la pregunta que nos surge cuando vemos a alguien hacer algo que no tiene sentido o evoca una respuesta visceral de ira o aversión.
Solemos vernos inmersos en varios tipos de juicios pero el más común, es cuando juzgamos el carácter de otra persona. Cuando vemos a alguien hacer algo que creemos que es malo, estúpido o ridículo, nos apresuramos a decir lo que pensamos.
Esto sucede, sobre todo, cuando no conocemos a esa persona y solo obtenemos una fotografía de ella a través de sus acciones en un instante.
¿Con qué frecuencia juzgamos a los demás?
Si nos ponemos a pensarlo, seguro sería una sorpresa saber las veces que lo hacemos y cuánto espacio de tu mente se ocupa en un día dentro del juicio. Lo ideal es darle la vuelta a la situación y enfocarnos en la empatía a los demás, porque eso también nos dará mayor tranquilidad y felicidad.
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Autor: I.S. con información de Muy Interesante